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jueves, 20 de junio de 2013


Qué cosas se pueden hacer cuando no tienes ganas de hacer nada


Es lamentable, pero así es. Por muchas pasiones que tengas, y muchos sueños, la experiencia del aburrimiento y la desgana, de la desmotivación y los principios de desidia son insalvables. No avisan, dicho sea de paso. Se presentarán sin avisar, por lo que conviene disponer de estrategias para salvar escollos.
  1. Sujetarse a la obligación. A lo de siempre, quizá. Y repetir rutinas. No es tan mala opción como parece, porque la vida estructurada en tiempos buenos y de flacas gordas y de alegrías y motivaciones, debería ser una vida que nos resulta apacible y deseable. No está mal recordárselo de vez en cuando. Y, sobre todo, aprovechar convenientemente los días soleados y claros para orientar y decidir con rectitud y sinceridad.
  2. Auxiliarse. Proporcionarse muletas, apoyos, personas que liberen, espacios en los que seguir viviendo, conversaciones, palabras que no ahoguen, respiros que alivien y vivifiquen. Son inteligentes, a mi entender, todos aquellos que no quieren vivir todo por sí mismos. ¡Un aplauso para ellos!
  3. Descansar. Que no está nada mal, que es culmen de la creación. Este momento y tiempo de reposo para coger fuerzas y disponerse con mayor ánimo. Un descanso, por tanto, que no suponga el simple abandono de uno mismo, sino elegido con criterio y con cuidado. No todo nos hace descansar, ni siquiera tiene por qué relacionarse con no hacer nada.
  4. Soportarse, y vencer la falta de ganas. En definitiva, “gastar” la fuerza de voluntad. La cual, por otro lado, o se ha fortalecido en los gimnasios con anterioridad o estará debilucha y empobrecida. Aprender a tener paciencia con uno mismo, reconociendo que todo tiene un final.
  5. Cambio de ritmo y de paso. Poner a un lado aquello que con tedio nos paga el esfuerzo que hacemos, sin alejarlo demasiado, pero sí con distancia y separación suficiente como para sentir libertad al respecto. Me parece, de todos modos, clarividente que haya realidades que nos hacen ver “cómo estamos” de fuerzas ante la vida y de qué herramientas disponemos. Podemos cambiar, porque la riqueza humana es amplia y tenemos muchos frente y horizontes en los que vivir. De tal manera que aprendamos también nuestra propia inmensidad en los tiempos de la desgana.
La falta de entusiasmo y de ánimo no tiene por qué vivirse ni como condena ni como culpabilidad. Puede ser, sin más, fruto de la propia vida, de haber hecho mucho, de haberse esforzado en ella, de reconocer los propios límites y debilidades, las carencias de la realidad imperfecta en la que vivimos. Tampoco creo que se deba, por tanto, forzar una salida con premura e impaciencia, que nos lleve donde no queremos, o que nos marque para el futuro. De esto, la humanidad sabe bien y mucho, porque lo ha vivido con mucha intensidad en no pocas ocasiones.
A mis alumnos, amigos, familia, personas que leen esto y en general a todo el público, que estos días viven bajo el peso y la presión de los exámenes, presiones en el trabajo, estrés por conducir en calles que no dan mas de congestión, mi más sincero ánimo, mi más fuerte impulso. Vosotros podéis, igual que muchos otros antes también pudieron. No os abandonéis, y el conocimiento tampoco os dejará tirados.

Atte.,

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